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LO EFIMERO DE LA VIDA


La mayoría de los seres humanos vivimos según un plan preestablecido. Pasamos nuestra juventud educándonos, luego buscamos un trabajo, conocemos a nuestra pareja, nos casamos y tenemos hijos. Compramos una casa y procuramos que nuestros negocios o profesiones tengan éxito. Luchamos para conseguir nuestros sueños, como nuestra segunda vivienda o el segundo coche. Luego viene la búsqueda por una parcela de poder y por las vacaciones en países lejanos. Al final vienen los proyectos de jubilación que lleva parejo la enfermedad y por fin la muerte.

Los mayores dilemas a los que se suele enfrentar el ser humano promedio, durante su vida, suelen ser decisiones intranscendentes que no van más allá del color de un coche o el lugar de vacaciones. Nuestra vida es monótona y repetitiva, desperdiciada en la persecución de lo banal, porque según se desprende no conocemos nada mejor.

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LA ESTRELLA FLAMIGERA

Para nosotros la estrella flamígera es la manifestación central de la luz, centro místico y emblema de la divinidad. Este símbolo corresponde al grado de compañero y esta asociado al numero cinco y al hermetismo. Sus cinco puntas forman la pentalfa de Pitágoras y constituyen los cinco puntos de perfección: fuerza, belleza, sabiduría, virtud y caridad. Es la Estrella Flamígera el astro místico de la razón que ilumina al Compañero y cuya luz inextinguible disipa las tinieblas de La ignorancia. La letra “G” en su centro, emblema del genio del hombre, a quien ella dirige en el camino de la sabiduría, aclara el espacio inmenso que tiene que recorrer todo Masón para la posesión de todas las verdades, a través de las obscuras sendas de la ignorancia, de la superstición y de las falsas ideas que dominan en el mundo profano. Ella es parte de Dios en si misma que todo lo conserva y que adivina donde nace el bien y donde viene el mal, personifica el ingenio del hombre guiado por la razón.

LA CALAVERA

Si después de todo la vida tiene su final, que podemos pensar mientras hacemos el recorrido masónico. Está claro que nuestro recorrido dentro de la orden es como un corsé que nos abre puertas de nuestra conciencia si hacemos lo que debemos hacer, naturalmente, y no nos limitamos solo a   asistir a las tenidas porque hay que asistir.