La mayoría de los seres humanos vivimos según un plan preestablecido. Pasamos nuestra juventud educándonos, luego buscamos un trabajo, conocemos a nuestra pareja, nos casamos y tenemos hijos. Compramos una casa y procuramos que nuestros negocios o profesiones tengan éxito. Luchamos para conseguir nuestros sueños, como nuestra segunda vivienda o el segundo coche. Luego viene la búsqueda por una parcela de poder y por las vacaciones en países lejanos. Al final vienen los proyectos de jubilación que lleva parejo la enfermedad y por fin la muerte.
Los mayores dilemas a los que se suele enfrentar el ser humano promedio, durante su vida, suelen ser decisiones intranscendentes que no van más allá del color de un coche o el lugar de vacaciones. Nuestra vida es monótona y repetitiva, desperdiciada en la persecución de lo banal, porque según se desprende no conocemos nada mejor.